Así que, como regalo de bienvenida al nuevo año... ¡Aquí os dejo unos capitulitos de OTRO DÍA SOLEADO!
PD: Un abrazo y un besazo grandioso a @Carmen_Happines que me acaba de enviar su crítica y me ha hecho feliiiiiiiiz muy feliz *-*
El interés que siento por creer
una cosa no es prueba
de la existencia de esa cosa.
Voltaire.
It’s a kind of magic.
Queen.
Ghost
Blue Foundation.
Tremble for My Beloved Collective Soul
Heart Of Courage
Two Steps From Hell
Gold on the Ceiling
The Blak Keys
Aerosmith
MUSE
Exogenesis pt 1
Prefacio
Sam.
Capítulo 0
Otro día soleado.
Supongo que tuve que despertarme de golpe, porque cuando me quise dar cuenta, estaba en medio de mi cama jadeando, intentando absorber cada poco rato una bocanada de aire. Una sensación extraña embargó mi cuerpo y mi mano voló a mi cuello esperando encontrar algo aunque sabía que no encontraría nada, ya que yo nunca llevaba collares. Siempre llevaba pulseras. Era jueves, siete y media de la mañana y aquí estaba yo, una chica de dieciséis años. Aunque mi madre siempre decía que soy más madura para la edad que tengo.
Al menos mentalmente.
Saqué los pies de mi calentita cama para darme cuenta de lo frío que estaba el suelo. Me puse mis calcetines grises y azules preferidos y luego mis Converse. Así que aquí estaba, vistiéndome para empezar de nuevo con la rutina. El curso había empezado unas semanas atrás. Cogí mi mochila y me asomé a la ventana y para mi buena suerte, ya estaban esperándome mis amigas. Cass era una de mis mejores amigas. La conocí durante el trascurso del segundo año en aquel lugar llamado Instituto Internacional General de Galaf, IIGG, una pequeña ciudad al lado de la ciudad de Barcelona y del pueblecito de Calaf. Para mí, era una hermosa ciudad, pues parecía un pueblo salvo que llegaba el metro a él y como pasaba el rio de Calaf, teníamos un pequeño bosque por la parte fronteriza con Calaf. Además, Barcelona es ciudad capital y playera... teníamos la playa a menos de una hora. Era el único colegio inglés, por así decirlo. Más bien, su definición exacta debería ser, instituto de intercambio entre estudiantes internacionales y nativos españoles. Se hablaban varios idiomas: catalán, español, ingles, italiano... Era original, ya sabes, eso de diversas culturas...
Durante la crisis que tuvo toda Europa en ascuas, mucha gente inmigró a España, uno de los países que mejor situación tenía y resultó ser que el pueblo de Galaf era idóneo. Así que era como un China Town... Pero con europeos.
Se podría decir que mi ciudad tenía un clima temperado. Temperado en el sentido de que, sin importar el mes o en la estación que estuviéramos, un día llovía y otro hacia un sol abrasador. No siempre el calor impedía hacer nuestras <<actividades>>. Solíamos irnos de la ciudad, hacer excursiones al río cerca de nuestras casas, irnos de compras… Todo aquello parecía satisfacer a mis amigas, lo más probable es que estaban en su salsa, pero yo sabía que eso no era lo mío. Quiero decir, me encanta ir de excursión, pero odio ir de compras. Prefiero tener mis ahorros y cuando veo algo comprarlo y no ir uno o dos días a comprar todo lo que crea <<cuco>>. El mundo de los libros es lo que me
apasionaba. Siempre que no acababan obligándome a acompañarlas, me tendía en mi cama con los libros que siempre me han apasionado. Las novelas románticas. Y si podían ser de fantasía, también. Las novelas románticas y de ciencia ficción. Puede que sea un poco frikie… Aunque no me lo tomo como un problema. Hay gente que no sabe distinguir entre tener personalidad y gustos e ir siempre igual y parecer copias. Si, odiaba eso de que todo el mundo fuera vestido de la misma manera porque era lo “que se llevaba”. ¡Ah! Por cierto, me encanta la música.
¿Por dónde iba? Ah, sí… las novelas románticas.
Me imaginaba siendo Julieta, amando dolorosamente a Romeo. Mis amigas me llamaban Sam, diminutivo de Summer. Aunque también me llamaban Al, abreviación de Alice. Era una gran fan de Alice in Wonderland desde pequeña y ellas me encontraban semejanzas con Alice de Crepúsculo. Aunque también porque en mi nombre completo aparecía Alice. Y porque tenía el pelo corto. Y despeinado, porque era imposible dominar ésas puntas que yo me alisaba. Y porque siempre iba saltando por donde fuera que iba.
Alice Marie Summer Smith.
¿Suena mal cuándo lo pronuncias mentalmente, verdad? Sí, yo también me quedo a veces pensando en porqué tengo un nombre tan largo. Bueno, tiene toda su historia, aunque resumiendo se debe a que mi abuela se llamaba Alicia, y mi bisabuela Marie… ¿tradición poner los nombres de mi familia? No lo sé, aunque a mi madre le gustaba el nombre de Summer… Así que, mis padres me llaman Summer, mis amigos Sam o Alice y sus diminutivos, y…
— ¡Alice Marie Summer Smith! — Y mi madre concretamente utilizaba mi nombre completo cuando tenía que regañarme.
— ¡Ya bajo!
Capitulo 1
Jessica no paraba de taladrarme la cabeza contando una y otra vez su perfecta cita con Jimm.
Jimmy era uno de los chicos más normales del planeta. Era honesto, amigable, inteligente y guap. Quién lo diría, yo fijándome en esas ideas tan superficiales. Es difícil especificarlo con palabras. Esa idea de chica adolescente con las hormonas alteradas no iba conmigo. Aunque... A veces mis hormonas se alteraban y soltaba alguna burrada. Podría decirse que soy un poco rara.
— Sam. — me llamó una voz. Ese era mi apodo. — ¿En qué piensas? Llevas todo el camino sin decir nada.— cuestionó Cassandra, interrumpiendo por un momento el hilo de mis pensamientos. Probablemente, querría darme de qué hablar para cambiar de aires en la conversación.
— Nada, cosas mías…— Y tuve una gran idea— ¡mira qué hora es! llegaremos tarde…— seguro que así Jessica entraba en razón de que el sábado había pasado y la semana seguía su ritmo.
— Oh my god! ¡Tienes razón! Tanto pensar en Jimm, me fastidiará todo lo que llevo conseguido este año. — mentira. Estamos a primeros de trimestre. — Es uno de mis peores, chicas…—o no, o no… cuando se le da cuerda a Jessica, no se le acaba nunca. Habíamos dado rienda suelta a su ‘apasionante’ mundo de “El habla”.
— Jess, ¿no puedes estar ni un día en que no estés hablando de mí? — esa voz… me resultaba familiar.
— ¡Jimmy! — chilló mientras daba un pequeño salto de la sorpresa. —Bueno, no creas… no siempre.
— Venga, entremos, haremos tarde, y luego la profesora de tecnología, nos pondrá un retraso. — concluí. No quería empezar de nuevo con Jessica hablando de Jimmy.
La mañana transcurrió normal, como todas. Sonó el timbre, Cassandra salió escopeteada en dirección al pequeño patio verdoso fuera del instituto, mientras podía comprobar, como las dos jotas -una pequeña broma privada- se daban besos mutuamente. No soportaba tanto amor fluyendo por el aire. No me agradaba eso. Solo me gustaba un tipo de amor y no era compatible con ellos. Quizás era demasiado melodramática o soñadora, pero odiaba los amores adolescentes dónde sólo se besa la gente y las relaciones largas donde el amor se acaba y no conoces a la persona que duerme a tu lado. Sí, creo que soy rara.
Sé que parece un poco infantil e inmaduro, pero me había propuesto no enamorarme hasta los diecisiete. Sé que eso no se puede remediar, pero… ¿No dicen que la edad perfecta son “los diecisiete”? Puedes conducir (aquí en España no, por supuesto. Al menos legalmente.), salir con tus amigas de compras (siempre que no te gastes toda la paga…), y muchas cosas que no vienen a cuento. Así que, todas mis amigas, salvo una que era más… considerada, se apegaban tanto a sus novios, que me dejaban un poco de lado. Pero las comprendía. Bueno, no las comprendía a ellas, sino a sus hormonas.
Risas mentales.
En fin… Siempre nos sentábamos en un diminuto banco, donde sólo cabíamos tres, a lo sumo cuatro personas. Yo permanecía de pie, junto a Sophie, mi amiga inseparable. Era como yo, menuda, reservada, e innegablemente feliz. Estaba con Joel, un chico español, el cual hablaba muy bien los dos idiomas. Estaba tan ensimismada en mi propio mundo en el interior de mi cabeza, con los auriculares puestos y la música sonando que no me di cuenta de que volvió a sonar el timbre. Nos dirigimos hacia la siguiente clase. Estábamos haciendo el penúltimo año antes de la Universidad. Ésos dos cursos dónde te preparan, donde te sacrificas y dónde diriges tu vida hacia donde quieres vivirla. Observé que había mucha gente fuera de clase— y no sabía de cual— y me fui con ellos.
Muchas caras conocidas. En este colegio, aunque las tradiciones fueran inglesas, al estar en España teníamos que seguir las normes de su Educación. Así que, tras cuatro años de educación obligatoria, de los cuales yo solo hice dos porque me mudé aquí en el segundo año, entramos en Bachillerado, que es como la preparatoria. Dos años de enseñanza post-obligatoria y luego… La Universidad. En fin, ése tema lo dejamos apartado.
Conocía la mayoría de personas que había en ese pasillo, pero una hizo que me concentrara en ella más que en otra cosa. Maldije a todos los dioses. Un chico de cabello color arena, más bien corto y el flequillo un poco largo hacía arriba medio despeinado aunque le caían varios mechones sobre la cara. Aunque se notaba que estaba hecho a propósito. No como yo, claro, que mi look despeinado no era a causa de hacerlo así a las siete y media de la mañana, sino que más bien, si conseguía dominarlo sin echarme medio kilo de laca y que las puntas de mi pelo corto estuvieran mirando hacia abajo, era para celebrarlo. Algunos pelos estaban pegados a su cara. Alto, atlético… Me rebané los sesos en descubrir quién era y de deberse el caso de conocerlo, ¿por qué no sabía quién era? Claro... debía ser nuevo.
— ¿Quién es ése chico de ahí? — pregunté con la mirada clavada en la espalda del chico alto.
— Es Aytor. Tiene diecisiete años y está en el último año del instituto. Algo así como Bachillerato. — mucha gente todavía no se acostumbraba al nuevo orden de los cursos. — Creo que uno por encima de nosotras. Es uno de los nuevos que han venido de otro colegio, para los cursos finales. — contestó una voz dulce, mientras me giraba difícilmente para averiguar quién me había contestado.
— Es increíble, ¿verdad? Todas están pilladas por él y eso que el curso acaba de empezar. Y eso que no ha estudiado aquí en la educación secundaria obligatoria. Es lo único que tiene. Es un grosero chico engreído. Es lo único que tiene, seguro, porque cabeza... — me reí mientras Sophie seguía describiendo esa personificación de la perfección. Cada vez me sentía más prendida de él, de ésa imagen. No iba a exagerar como para decir: “Mi propio Adonis en persona.” Como muchas historias que leí, pero… imaginaos…
— ¿A qué viene ahora atacarle? — pregunté riéndome.
— No sé. — contestó. Yo seguía mirándole. — Es que estoy harta de ésos chicos guapos que sólo quieren tener chicas guapas en sus camas.
— ¿Te ha pasado algo con Joel?
— Anda, Summie— Odiaba ese diminutivo. Ella lo sabía. Quería cambiar de tema. — Nos toca clase de castellano, más vale que entremos y nos sentemos. Por nuestro bien no tenemos que faltar a esa clase. Este idioma es nuestro pasaporte.
— Ya, claro, cambia de tema. — me quejé.
Cuando iba a cortar mi visión en él, se giró y una milésima de segundo nuestras miradas se encontraron. Luego lo perdí de vista y casi me comí la puerta. Se escucharon varias risas detrás de mí.
Ella era toda una ninfa. Su pelo corto revuelto la hacía parecer especial entre sus otras amigas. Entre todas. Más bajita que las demás, su palidez y su excéntrico color de pelo- negro azulado, y castaño claro y alguna cosa entre otra colgando.- dejaban entrever su propio estilo. Como decía mi hermana, y ahora que me acuerdo debería dejar de pensar, a veces no somos lo que <<parecemos>>, sino lo que no decimos y pensamos.
Sus pulseras, que repiqueteaban unas con las otras, las podía oír desde aquí, y eso será un tema que dejaré aparte. Seguro que tenía una historia detrás de cada una. Su gargantilla, con su inicial, resaltaba negro con blanco. ¿Sería su blanquecina piel, delicada y suave sin todavía rozarla, signo de genética familiar albina o de la presencia Protectora que hay por el alrededor? Sería demasiada coincidencia que ella, exactamente ella fuera de mi <<grupo>>.
Eso fue lo que pensé hace exactamente dieciséis meses atrás. Ésa fue mi primera impresión. Ahora ella había cambiado. Ahora su pelo era corto, aunque ésas extensiones azules todavía las llevaba. Su pelo era liso y ahora no caía en ondulaciones preciosas.
— Has visto a la tía de ahí. Se te ha quedado mirando y casi se come la puerta. — me dijo un chico.
— Sí…— y luego solté una risa un poco falsa. Ella era… extraña. Fascinante.
Era tan distinta a como era antes...
No podía quitarme este chico de la cabeza. Aytor, tanto su nombre como él aportaban una sensación de calidez desconocida, que nunca había apreciado por mí misma. ¿Me habría encaprichado yo, la chica que se queja de las relaciones entre adolescentes alterados? ¿Tan rápidamente?
Llegó la clase de arte común, o como se dijera aquí. Teníamos que hacer un esbozo que expresara el ánimo que sentíamos en ese instante y otro de diferente de cómo pensábamos que lo percibían los demás. Y los demás tenían que saber que era lo que sentías. Yo no sabía lo que sentía así que empecé a pintar colores por doquier y Sophie se extrañó de ello.
— No tengo ni la menor idea de lo que quieres expresar.
Ella era Intermedio. Ni blanco ni negro. No sabía que estaba experimentando. Ni lo quería saber. Pero mis ojos me delataban. Me dijeron que estaba en el nivel azul, luego el amarillo, seguidamente el verde… todos los colores que expresaban felicidad. No lo entendía porque hoy, porque ahora y por consiguiente, por qué él.
— No consigues quitártelo de la cabeza, ¿verdad? — susurró Jessica en al más extraño murmullo.
— No lo sé, es… A lo mejor es sólo que es guapo.
— No te encapriches de él, es un crío inmaduro. En lo que llevamos de curso le he visto besarse con tres chicas diferentes. — miré a Jessica. — O al menos es lo que he oído. No pierdas el tiempo con él. Es demasiado perverso para ti. Eres demasiado buena para él. — me asombró que Jessica hablara de ésa manera. Era más típico de Sophie. — O es lo que todos nos cuentan. — luego suspiró. — Créeme, por tu bien, estarás mejor sin conocerlo.
Remató la exhibición de seriedad que poco ocultaba su rostro.
— Tranquila, ese rollo de enamoramientos no va conmigo, Jess, te lo aseguro. — Sonó tan cierto que incluso yo me quedé sorprendida. — Pero ¿cómo conoces tanto de él? Es nuevo, ¿no?
— Bueno, querida, yo hago mis deberes…
Nos reímos un poco, aunque no me hizo mucha gracia su chiste.
Acabaron las clases y les dije que tenía prisa en irme. No era un cuento, lo que tenía prisa era por llegar a casa, comer, tumbarme en mi cómoda cama y escuchar música, leer hasta que llegue la hora de la cena y luego... algo para perder el tiempo. Después hacer los deberes, acostarme, y bueno, lo de siempre.
Lo de siempre no.
Ahora tenía que olvidarme de él.
Poco a poco iba desapareciendo esa nueva sensación sobre ese tal Aytor, semana tras semana.
— ¿Ir al centro comercial? Bueno estaría bien, no tengo ningún plan para esta tarde. — En realidad, lo que deseaba era quedarme en mi casa, pero me iría bien cogerme un día de diversión sólo de chicas. A lo de sólo de chicas me refiero porque Jimm y Jessica terminaron siendo pareja. Y menuda pareja…
— Esta bien, no cometeremos ninguna locura. Pero prométeme que no pondrás esa cara de mástil si decimos de ir de tiendas.
— Está bien, Jess, esta bien, lo prometo.
La única manera de convencerla era decir exactamente las mismas palabras de siempre. Es lo que pronunciaba para expresar mí duro pésame en la expresión: ir de compras. Es que entendedme, no me gusta comprar por comprar.
— A las cinco delante de tu casa. Te vendremos a buscar en bici. Un poco de ejercicio no va mal y además, hay que aprovechar este buen tiempo. — <<bicicleta>>, el tan solo pensarlo me entró un temblor por todo el cuerpo. Podría ir en patinete, en patines o incluso en skate, pero es montarme en una bicicleta y… Supongo que cuando algo no se te da bien… La última vez que fui en ella, atropellé a un niño, pisé a un perro y casi me meriendo un faro de la calle.
— Te veo luego, Jessica.
— Hasta luego, Sam. ¡Un abrazo y ánimo!
— Sí, eso. Ánimo. — y colgué. Creo que la última frase que salió de mi boca la escuchó.
Me preparé para ir al centro, mentalizarme de que no iba a pasar nada. Sólo íbamos a salir, dar una vuelta y hacer deporte. No era tan malo ¿verdad?
— En tal caso, más me vale no dormir y arreglarme. — me dije a mi misma en voz alta. Me cogí unos pantalones elásticos que tenía por el armario, y mi camiseta azul de manga corta preferida. También la sudadera de franela que me regalo mi abuela por mi último cumpleaños. Mi madre me dijo que lo había comprado acordándose de mí y que le hizo prometer que para mis dieciséis me lo entregaría. Mi abuela murió cuando yo tenía unos siete u ocho años. Compró regalos hasta mis dieciocho sin saber que ella no estaría para celebrarlo. Y justo necesité lo que ella guardó para mí.
Luego me lo pensé mejor mientras miraba la bicicleta y como una rueda estaba deshinchada y con ese aspecto fofo que te dice: estoy vieja, querida, cámbiame, cogí el skate. Y luego miré los patines… Preferí el skate. No sabía hacer piruetas y tampoco quería hacerlas, pero para ir sobre él, girar y algunas cosas más, me servía.
Estaba sola en casa. Rayner, mi padre, se iba muy temprano a trabajar. Tenía una tienda de informática y mamá, Ruth, trabajaba en el hospital como enfermera. Los dos llegaban tarde, uno más que otro. El horario de mi madre era más flexible. Pero la tienda, tenía consumida gran parte de la vida de Ray. No era mi padre biológico, pero es mi padre. Él murió cuando yo debía tener dos o tres años. Mi madre tampoco estaba muy enamorada de quien tuvo que ser mi padre biológico y cuando falleció, lo encontró. A Rayner, le recuerdo en casi todos los momentos importantes de mi vida. Aunque nunca le dije papá. Papi sí, pero siempre le llamé Ray y a él no pareció importarle. Con mi madre tenía algún tipo de feeling que otras personas no tenían. Era como si fuera una amiga más que mi madre. En cambio, con Ray, sentí un aprecio por él incalculable, como si fuera mi padre biológico.
—Las cinco menos cuarto—susurré. Ya me quedaba menos tiempo, cuando me sonó el móvil. Era un mensaje de Ruth, de mamá.
<<Sam, tienes que ir a comprar la cena. Lo siento, cariño. Voy a llegar más tarde de lo previsto. Me han entretenido con un paciente de urgencia. Pobre chico, tan solo diecisiete años… bueno hija, lo siento. Cómprate una pizza, y a nosotros dos filetes.
Gracias, cariño. Y lo siento de nuevo. Un beso, mamá. >>
Bueno pues, ahora me veo obligada a ir al centro comercial. Mi madre me recordó aquel muchacho que durante toda aquella semana fue el centro de mis problemas. Tanto esfuerzo por olvidar eso, en vano. ¿Sería él? ¿Se habría roto la pierna jugando? ¿Se habría mirando en el espejo, se habría intentado besar y se habría cortado cuando el espejo cayó sobre él?
— ¡Pero bueno, Summer, para ya! Te estas volviendo paranoica. —me reprendí a mí misma. Cuando quise acabar con mi pequeño delirio, eran las cinco y cinco y Jess ya hacía sonar el timbre de mi solitaria casa.
—Hola Alice. — inquirió Jess, bastante malhumorada. Lo sabía porque nunca me llamaba por mi nombre a no ser que fuera importante o estuviese enfadada.
— Hola Jessica. — le devolví en el mismo tono. Luego le di una explicación. — Lo siento — enarcó una ceja— por la tardanza. Cuando iba a salir mi madre me envió un mensaje, y bueno, tuve que coger unas cuantas cosas.
— ¿Ha pasado algo, Sam? — cuestionó. Ya no estaba enfadada.
— No, sólo que se va a retrasar y tengo que ir a comprar la cena. Lo siento chicas… lo más seguro es que cuando vayáis de compras tenga que ir a por ella. — mi voz sonó poco creíble.
— Vale, tranquila, Sam. No hay problema. — concluyó Cassandra, desde la parte más exterior del jardín. —En tal caso, vámonos ya.
Cogimos las bicicletas y comenzamos a pedalear hasta llegar al centro. No dijeron nada cuando les dije lo de la bicicleta. Además, también iba a comprar una rueda. Había perdido un poco de práctica, pero no atropellé ni me merendé a nadie, esta vez.
Bueno, no era como Bella Swan, un personaje histórico por ser patosa. Solo perdía el sentido del equilibrio cuando montaba en bicicleta. Simplemente, la frase “...es como montar en bici, que nunca se olvida”. Digamos que yo ni siquiera aprendí. Era buena… a mi manera. De pequeña se me daban bien los deportes, pero cuando dejé de practicar… no estoy hecha para eso. Bueno, soy buena, ¡y tanto! Sólo que en bicicleta me caigo.
Cuando llegamos, estuvimos dando tumbos por dentro, hasta que llegó la media tarde y fueron a probarse ropa. Yo me escabullí con un silencioso hasta luego, y me fui bastante rápido. Entré en el mercado, compré los dos filetes y la pizza a la marinera. Las dependientas ya me conocían, porque eran amigas de mi madre y sabían que su horario no era muy estable. Me dieron un poco de que hablar y me ayudaron a llevar toda la compra. Pagué y me marché dirección a la tienda donde me dijeron que estarían pasadas las ocho. Pero como no era la hora, fui a mirar la rueda de mi bicicleta. Entré en el mecánico del centro comercial y estuvimos un rato hablando. Me dijo que también tenía un hijo que iba a mi instituto y que también patinaba. Me dijo su nombre, pero no me sonaba. Nathan.
Cuando me dirigía de nuevo a la tienda, no me sorprendí cuando las encontré a Jess y Cassandra con más de dos bolsas llenas de complementos y vestiditos. Sophie, no. Eso me alegraba, no era la única que le resultaba un tanto incómodo estar sentada pronunciando siempre las mismas palabras: te queda bien, cómpralo, te resalta por el color de los ojos… Ellas estaban obsesionadas con las compras. Sophie y yo, no. Pobre, le tendría que haber dicho que viniera conmigo. También podríamos haber hablado de nuestras cosas. Cosas de las que ella me había hablado y de las que teníamos que hablar. Como por ejemplo de que me estaba pasando una cosa que solamente conocía en los libros, y en las películas.
Cerré la puerta de un portazo y me dirigí directamente a la cocina para poner las cosas en la nevera y en el garaje. Al fin y al cabo la tarde no había sido tan mala y que cuernos ¡No había atropellado a nada o a nadie!
—Mmm... Las nueve menos cuarto. Creo que cenaré pronto hoy…— me dije a mi misma en voz alta. Abrí el armario y saqué la sartén de freír patatas, las pelé y las lavé. Mientras, iba poniendo la mesa para uno y se me ocurrió leer mientras cenaba. Fui a mi habitación y cogí el libro que me estaba leyendo. Lo más probable era que me comprase de nuevo el mismo en tapa dura, al menos para tener un segundo y guardarlo bien. Estaba muy, muy desgastado. Y era uno de mis preferidos.
Me senté y empecé a comer. No tenía aquella hambre tan severa, pero sí que mi estómago me había avisado gruñendo. Acabé muy temprano, demasiado temprano para mí, o quizás eso es lo que me pareció. Lo más seguro al cenar leyendo…
Estaba bastante llena así que metí las cosas al lavavajillas, encendí la música y cogí mi manta azul.
— Una noche dura, para un día duro…— concluí mi poca conversación con las paredes. Mi madre decía que ella hablaba con las paredes… Yo mantenía mítines con éstas. Antes de dormirme, un leve susurro salió de mis labios a la vez que una frase cruzaba mi mente como un rayo.
Me había dado cuenta que eso que llaman <<Flechazo>> existe y yo era una de sus víctimas.
Había hecho un cambio radical. No sé lo que cruzó por mi cabezota pero no volvería a cometer el mismo error. Un acto muy egoísta, pero… Papá me dijo que su amigo mecánico la había visto con su skate y comprando cosas para la bicicleta. Cada vez me gustaba más, si era posible. Estaba enamorado de Alice. Era Alice de quien yo me había enamorado no de Summer, una chica completamente diferente aunque su cuerpo fuera igual. Yo quería recuperar a Alice, aunque significase... lo que significase.
Las últimas dos semanas pasaron bastante rápido, teniendo en cuenta como me sentía. Jessica y Sophie, salieron en una de esas típicas citas dobles. Eran divertidas, salvo que a veces, pues tenían sus momentos… subiditos de tono. Al menos eso es lo que nos cuentan.
Subíamos las escaleras del tercer piso para la siguiente clase, cuando un chico de un curso superior, al que ya conocía desde hacía mucho, me escondió una nota en el bolsillo del pantalón, mientras me daba un abrazo de bienvenida.
— ¡Hola, Al! — bramó con una sonrisa de oreja a oreja. Su perfecta dentadura después de llevar corrector era tan bonita…
— ¡Por fin te han quitado la ortodoncia! — le grité. Luego le dije: — Hola Daniel, — y le devolví el saludo con la misma felicidad— que…— no me dio tiempo a preguntar lo que hacía cuando me pellizcó el costado.
— ¡Shh! Calla, estoy siguiendo órdenes estrictas. Ya me lo agradecerás… esto… en otro momento. Lo quiere de vuelta. — contestó mientras se separaba y se alejaba corriendo.
— ¿Qué mosca le ha picado ahora? — inquirió Sophie confundida.
— Nada…— puse los ojos en blanco y levanté los hombros, mintiendo.
Entramos en clase aunque apenas estaba llena. Me senté donde siempre y abrí el papel con la más delicadeza y suspicacia posible. Estaba asustada. ¿Y si lo que decían mis amigas de que Daniel estaba enamorado de mí era cierto? Era imposible. Siempre habíamos sido amigos y nunca habíamos sobrepasado el límite. Nunca. Cuando vi la letra y me di cuenta de que no era suya, la cerré de nuevo y suspiré de felicidad. No había perdido a mi amigo. Luego la volví a abrir y me dije:
— ¿De quién diantres es esto?
La profesora contestó.
— De Arquímedes, señorita Smith.
Bajé la cabeza y empecé a hacer garabatos como si tomara apuntes.
¡Hola! Supongo que no me conocerás. El otro día te vi entrando a clase con una amiga y le pedí que nos presentara, y bueno… Por cierto, soy Aytor, creo estar en el piso de arriba respecto a ti. Lo que quería decir es… si algún día te apetece dar una vuelta o simplemente hablar, aquí estoy yo. Mmm… ¿Te veo en la salida? Por cierto, dale las gracias a Daniel, me ha costado encontrar a alguien próximo a ti y mucho más convencerle. ¡Te buscaré!
A.
(mis amigos suelen decirme así.
Aunque prefiero mi nombre completo.)
Era tan extraño. Estaba repitiendo de nuevo mis pasos, como si fuera esta vez la primera. Ahora es cuando debía de ir con cuidado. Tenía que cambiar estos aspectos. Sé que yo debía dejar que ella rehiciese su vida sin yo estar en ella, pero ¿qué podía hacer? Era superior a mis fuerzas. Fue verla el primer día, como el primer día hará casi un año y retroceder en el tiempo. Convertirme en un autómata y que volviera hacer que se enamorara de mí. No podía ser sólo su amigo, o menos, su conocido. Debía ser tu todo, como ella para mí, era mi completa eternidad. Debía protegerla de aquello que sabía que llegaría pero... Había supuesto que podría hacerlo desde lejos. Luego descubrí que me mentía a mi mismo con eso. No podía estar lejos de ella. Me descubrí mintiéndome de nuevo cuando asumí que era mejor estar con ella que protegerla en la distancia.
Increíble… no cabía dentro de mi asombro. Entonces sí que me vio el pasado mes cómo me fijé en él. Y cómo me comí, casi, una puerta. Pero… ¿Por qué me manda esto a mí? ¿Una nota? ¿En serio? Pero lo más importante ¿Se habrá equivocado de chica? Mmm… releí la nota tantas veces como me fue posible, ya que estaba en clase. ¿Una amiga que nos presentara? Entonces no era yo… si no nos hubiera… Imposible… Cassandra no me haría esto… Pero recordé lo que me dijo aquel mismo día:
Créeme, por tu bien, estarás mejor sin conocerlo.
Dejaría ese tema a parte… Volví a mi examen sobre la nota.
Tenía una letra muy bonita. Era entre antigua, una caligrafía que daba la sensación de leer un pergamino de los años de la pica y actual, la que la llaman letra de universidad, legible y rápida de escribir. Toda la hora de matemáticas parecía una nube. Me volvieron a llamar la atención reprochándome porque estaba ausente.
— ¡Cómo para no estarlo! — musité para mí misma.
Tenía una hora y vente minutos para escribirle algo y salir pitando.
¿De veras que me buscarás? Bueno la verdad es que no sé qué contestarte. A lo de dar una vuelta… ¡Claro!, si algún día te apetece algo también puedes contar conmigo, en serio. Ah, y a Daniel ahora se lo agradeceré. Creo que acabo de encontrar a un buen acompañante para alguna salida.
P.D.: ¡Encantada de conocerte!
Summer.
(Suelen llamarle Alice, Al y otros diminutivos que no me gustaría que supieras, pero prefiero Sam)
No entiendo por qué no le dije que me llamara Summer… Aunque mi conciencia intentaba molestarme con: porque su nombre también empieza por A.
En cambio, mi letra era “estúpida”. De pequeña me obligaron a escribir dos libritos de caligrafía cada verano. Así que al final, acabé escribiendo como los profesores. Con una letra al estilo <<Gabriola>> en Word.
—Ya está, sólo falta devolvérselo. — bisbiseé muy flojo. Sonó el timbre para mi suerte y pegué un salto.
Salí escopeteada hacía la puerta, cogí del brazo a Daniel, tiré de él y se la di en la mano. Nadie nos miraba, porque éramos amigos desde que íbamos al colegio de pequeños.
Y ahí tuve una epifanía. ¿Y si era una broma? ¿Y si solo quería mofarse de otra niña más? Miré a Daniel. Él me devolvió la misma mirada preocupada.
Le seguiría el juego. Aunque muy a mi pesar, mi conciencia me advertía: No te mientas a ti misma, sabes que sufrirás, pero la nota se la entregarás…
— Ten, y de verdad, lo siento. Ah… también, gracias. Y gracias de nuevo, de su parte. —le di. Estaba alterado. Algo le debía pasar. Cuan más le miraba, más nerviosa me ponía yo. — ¡Espera! — le grité cuando subía el primer escalón. — Si crees que no jugaría conmigo, dale la nota.
— No sé lo que estáis tramando, o al menos lo que está tramando él, pero ve con cuidado. — me instó en cuanto se soltó de mi mano.
— Espera. — cerré los ojos y volví a susurrar antes de que se fuera. — Dile, no de mi parte si no… no sé, tú sólo dile que si es un juego estúpido para hacerme daño, que cuente con que se puede…
—… quedar estéril.
— Sí, me parece bien. — reí. — Pero dile, y ahora sí de mi parte, que si esto es una broma, verá las consecuencias. Se acordará de mí.
Me guiñó el ojo y salió corriendo. Yo entré a clase de nuevo. Me tocaba en la misma aula, así que recogí, me cambié de asiento y saqué los libros de la mochila.
— ¿Tenéis algo tú y Daniel? — cuestionó Cassandra cuando me senté en el asiento de al lado.
Suspiré. El sospechaba algo…
… y yo también. Aunque, no lo mismo.
Seguro que no lo mismo que Cassandra.
— No…— y ahí terminó mi gran actuación. Solté una risotada que, probablemente toda la clase escuchó y se giró por mero asombro. No era de esas chicas que normalmente se reían y menos incluso, delante de tanta gente. Cass se unió a mí y por mera coincidencia entró el profesor, todo el mundo se giró y ella dejó el tema. Lo más seguro que para más tarde. Pero yo no.
— Aytor te preguntó si podrías presentarnos. — no era una pregunta.
— Lo afirmas, no lo preguntas.
— ¿Lo hiciste? ¿Me mentiste?
Entonces, ella se giró para atrás, en mi dirección.
— Recuerda, lo hice por ti.
Todos se habían puesto de acuerdo para intentar que no nos conociéramos. ¿Habían visto el futuro y saldría mal parada?
La temida última hora llegaba y sabía que tenía los nervios a flor de piel. Contaba cada minuto y la verdad, perdí la cuenta de todas las inspiraciones y expiraciones que hice. Las mismas que solíamos hacer en gimnasia para relajarnos después de alguna sesión dura. Por más que quisiese pensar con razonamiento, no controlaba los nervios.
El chico que había hecho ensimismarme en mis propias fantasías una y otra vez, ahora me pedía que fuéramos amigos, que si algún día me apetecía salir, dar una vuelta, que no tardase en avisarle.
Increíble.
Y de repente, sonó el timbre. Todos mis temores, nervios y demás quedaron apartados por una serenidad imposible. Recogí lentamente, más de lo normal incluso. Me puse la chaqueta y me coloqué la mochila en el hombro. Estaba demasiado…normal, para empezar una conversación con cualquiera. En realidad no era nada del otro mundo. Sólo un chico me había enviado una nota donde me explicaba que me vio un día y que me buscaría en la salida. Pero no era ese el problema, ¡el problema era que ese chico era Aytor! Él… quien me abrió las puertas a un mundo el cual desconocía. Mientras subía las escaleras y andaba por los pasillos hasta la salida, una nueva sensación me invadió.
No sabía si era verdad, “si las mariposas revoloteaban en mi estómago…” Mi pecho subía y bajaba en signo de que estaba hiperventilando y me había quedado parada, quieta, inmóvil en el pasillo. Mi corazón latía vergonzosamente rápido y la… ¿adrenalina? corría por mis venas. ¿Sería posible? Una opresión en el pecho hizo llevarme la mano hasta allí. Me puse los cascos de mi Ipod a todo volumen después de escuchar un:
— Oye, mueve tu trasero. — murmurado por un molesto chico más grande, más ancho y más alto que yo.
Anduve.
Al llegar al exterior, no era capaz de esconderlo. Lo estaba buscando. Pero cuando me di por vencida- y ahí se cumplió uno de mis temores: que fuera todo una broma- ya estaba en dirección al camino de siempre con la cabeza gacha, con mi Ipod encendido, cuando escuché mi nombre, mi nombre oficial.
Sí, era ella. Iba con su reproductor, sus Converse, su falda y sus mayas hasta un poco más debajo de las rodillas. Era ella, mi ninfa. Algo en ella había permanecido al cambio. Sin importar su corte de pelo, sus faldas o sus bambas estropeadas. Seguía haciendo los mismos movimientos y quizás seguiría siendo la chica que conocí hará un año y poco más.
No pude contener una risita e inclinarme para un lado. Noté como poco a poco las manos y los pies comenzaban a estar fríos. O quizá que empezaba a sonrojarme y al tacto parecía como si mis manos fuesen hielo y mi cara un horno.
Vi como movía la boca y me daba la mano. Parecía como si se le fuera a salir el pecho. Yo le hice señas de que no le escuchaba. Él rio y luego me quitó los cascos.
— Decía: ¡Hola! Esto… soy Aytor, humm… tú debes ser Summer. —volvió a reír y luego mantuvo la sonrisa. Todavía jadeaba un poco. Tuvo que venir corriendo. ¿O era que estaba nervioso? Pasó un brazo por mi cuello y me acercó a él, para darme dos besos. Lo más seguro es que él estaba acostumbrado a ello…
Pero yo no. Y menos con un chico como él. Sus labios eran carnosos y cálidos. Su aliento hizo que el bello de mis brazos se erizara. No debía de dejar que mi mente tomara más conjeturas y contestar. ¿Por qué podía describir sus labios perfectamente?
—Summer Smith, pero puedes llamarme Sam. — intenté tapar mi amago de estrechar su mano con la mía, pero no funcionó. Él río y me tendió su mano. Antes le había negado el saludo. — Mis amigos suelen hacerlo. — intenté decir con una voz que no se notara mi estado. Me temblaba demasiado… ¿por qué me pasaba aquello? — Y antes… te he dejado con la mano en el aire.
— No pasa nada. Por cierto, ¿cómo te llamo yo? Daniel, además de explicarme que podría quedarme estéril si te hacia daño me dijo otro nombre…
— Sí, bueno, — hablar con él era como ir a jugar con la pelota. Algo simple y divertido. Ahora. — Tengo bastantes nombres, pero puedes llamarme como quieras, Summer, Sam, Alice….
— Entonces yo te llamaré Alice. — y movió su mano de arriba abajo riendo, una risa suave y baja. Me sorprendió que me llamara Alice. Nadie lo había hecho desde que mi abuela había muerto hace años. No me di cuenta de que todavía teníamos las manos unidas. — Esto… te apetece… ¿Nos sentamos? — Pronunció cada palabra como si… como si nunca hubiese tenido una conversación con una chica… al menos una chica como yo. Le pasaba lo mismo que a mí. Hablaba como si le costase mantener el tono de voz intacto… es decir, hablaba como si sintiese lo mismo que yo. Esto suele pasarme, imagino cosas donde no las hay. Pero… a veces hablar con él era como hablar con un amigo de siempre… y otras… como si me costara la vida decir algo.
— ¿Se puede saber qué haces, Alice Marie Summer Smith? — musité para mí misma muy flojito.
— ¿Dijiste algo?
— No, no… ¿damos una vuelta? — concluí mirándole a los ojos.