Desperté
de golpe, mirando las paredes y ventanas
desconocidas que me protegían de la luz
del sol. Una respiración en mi cuello me recordó que no estaba sola y un
suspiro, sin que pudiese evitarlo, salió de mis labios. No pude retenerlo. Estaba
feliz. Estaba semi desnuda, sí, pero estaba feliz. Había llegado a la conclusión, mientras Dougie me besaba el cuello la madrugada pasada, que iba a vivir el
momento. Que no me pararía a pensar en el: ¿qué pasará luego sí...? Que
sentiría todo lo que tenía que sentir, que no me quedaría con la duda, que le
amaría, si eso es lo que hago, con todas mis fuerzas si eso es lo que debía
hacer.
– Estas pensando demasiado fuerte
otra vez. Oigo los engranajes de tu cerebro desde aquí. Te oigo hilar
pensamientos.
– Buenos días a ti también. – me
quejé mientras me daba la vuelta y nuestros pechos chocaban y nos hacían estremecer
por el contraste de temperatura. – Ya veo que sabes cómo despertar a una mujer.
– Hija, es que... qué manera de
pensar... Seguro que pensabas algo sobre mí.
– Sí, en cómo voy a quitarme, – le
decía mientras intentaba deshacerme de sus brazos. – estos bracitos de encima.
– Estos bracitos tienen mucha
fuerza... – murmuraba mientras me apretaba y me ponía debajo de él. – Y creo recordar que lo sabes muy, muy bien.
Y en ése instante, bajo la apenas
luz del cuarto, bajo su mirada, bajo su cuerpo, bajo sus labios, bajo su suspiro,
bajo todo él... Me sonrojé.
– Eres tan tú... que nunca termino
de conocerte.
Me besó dulcemente los labios y fue
bajando la presión de mis muñecas y dejando caer su peso sobre mí, obligándome a
sentirle en todo su esplendor, a cerciorarme de que sí, que él era real y que
él y yo ahora estábamos juntos. De una manera extraña y liosa, pero lo estábamos.
– Voy a hacer esto cada vez que
quiera. – decía mientras me besaba. – Voy a robarte cada vez que quiera, no voy
a dirigirte la palabra cada vez que quiera. Te ignoraré y luego nos
reconciliaremos cada vez que quiera, porque de ahora en adelante, tú eres mía.
No me importa si son unas semanas, unos meses o unas horas. Ni de Deith, de ni
Tom y de tu amigo ése que tan mal me cae.
Reí.
– No sabía que eras tan posesivo.
– No soy posesivo, – se explicó,
dándose la vuelta y dejándome apoyar en su pecho. Era una escena tan típica. Tan
de película amorosa, tan odiada por mí... pero que ahora me parecía un gesto
cómodo, agradable, sincero, necesario, que obvié el pensamiento de mi mente que
decía: Vístete ahora mismo y sal de su cuarto. No deberías haber dormido con
él. – sólo que ahora que te tengo, me va a costar mucho dejarte ir.
Aquello me rompió un poco por
dentro.
– Romper el momento ahora sería
típico pero... No creo que una relación sea lo que más nos convenga. Es decir,
yo no sé estar contigo y tú no puedes estar conmigo. Dejar las cosas al aire es
un error que no me voy a plantear así que, prefiero dejar las cosa claras.
– Tú eres mía y yo soy tuyo. Tú no
te acuestas con otro y yo no me acuesto con otra.
– Me parece bien. No nos verán juntos,
pero...
– estamos... juntos... ¿no?
– Yo creo que los términos que
hemos puesto lo dejan claro.
– Nada de presentaciones
formales.
– Nada de presentaciones formales. –
repetí.
– Nada de comidas románticas. –
dijo.
– Eso ya no me parece bien. – apoyé
mis codos en su pecho. Se quejó y yo sonreí amablemente. – Quiero que me hagas
pizzas y macarrones con postre incluído. Es uno de los términos. Mis términos.
– Quieres aprovecharte, ¿verdad? –
me apartó y se enderezó en la cama, poniendo una almohada sobre su cuerpo.
– No, que va.
Me alborotó el pelo, sabiendo que
odiaba eso, y me enredé en las sábadas, levantándome con ellas y buscando mi
ropa.
– ¿Y lo haremos de nuevo en el almacén
de la limpieza? – me preguntó mientras iba a la ducha, de nuevo.
– ¡Claro! – le grité de vuelta mientras
cerraba la puerta del baño. – ¡Ves buscando otros sitios!
No tardó ni un minuto cuando volvía
a estar en el cuarto de baño mientras yo empezaba a enjabonarme.
– ¿La ducha cuenta?
– No. – respondí riéndome mientras
el eco me hacía llegar mi voz. Alegre. – Ése ya no cuenta. Tengui.
– Otra cosa... – supo que quería
ducharme tranquila. – A Tom se lo diremos..
– Está claro. No quiero repetir
errores.
– De acuerdo. Te veo luego, lagarta
mía.
Y cerró la puerta.
– ¡Me voy a tomar eso como un apodo
cariñoso! ¡Porque sé que te gustan los lagartos más que las personas porqué
sino...! ¡Si no te dejo!