Después de hablar un poquito sobre Ortcher, os voy a contar algo más sobre la casita y empezaré a explicar la historia. Esto de describir no se me da muy bien y menos cuando lo vuelvo a leer y pienso ¿por qué me habré metido en esto? En fin, ¿veis cómo me voy por las ramas? ¿La casita, no?
Vale… la casita… em… Bueno deciros que la casita/piso… No es una casa. Lo llamamos la casita porque nos recuerda a una casa. Es de esos pisos de alquiler que tiene dos plantas y terraza (sí, nos había tocado sin la terraza, pero teníamos balcón) a lo sumo tres plantas que tiene una mujer y los alquila por pisos cada planta. La nuestra era la primera de dos plantas. Y nos había tocado sin terraza… aunque nuestro balcón era “bastante” grande. Cuadrado. Incluso teníamos un césped. Al ser planta baja… no sé si os lo podéis imaginar. En fin, os adelanto que la casita no será nuestro hogar. Aaah… soy malo, lo sé, pero como dice una canción Home is where the heart is, y nuestro corazón está dividido en dos sitios. Pero es como si tres cuartas partes de nuestro hogar estuvieran en otro sitio que no voy a adelantar. Otra vez por las ramas… En fin, la casita, céntrate.
Pues eso, la casita era muy mona. No era del todo cutre. Tenía tres habitaciones la cual una de ellas era para los trastos y en caso de que alguien viniera a dormir, había colchones…. En el suelo. Las dos restantes eran nuestros dormitorios. De Ortcher y mía. Un lavabo y luego un cuarto de baño, aunque uno de ellos no iba. (No porque sea un piso nuevo y nuestros padres dijeran, vale, os vamos a encontrar un buen sitio, significa que todo sea perfecto. Que vivimos en España, señores, y la crisis todavía está palpable en el ambiente.)Lo que iba contando. Luego con muy pocos pasillos, teníamos la cocina, que era mi sueño hecho realidad. En los últimos años, sobre todo bachillerato había aprendido a cocinar algo normalito y luego algo decente y había empezado a pensar como queria la cocina. Mis padres me la concedieron y cuando me enseñaron el piso dije, me lo quedo. Y no me importó que mi puerta se atascara, que un baño no funcione o que si quiero abrir la ventada tengo que sacar medio cuerpo porque la ventana esta puesta al revés. Así que, os lo podéis imaginar, esa típica cocina con un buen mármol, una buena encimera de esas que es tan larga que puedes poner los taburetes de los bares y comer allí. Con armarios blancos y de estos que se sacan para afuera. Una nevera con dos puertas donde el agua fría nunca falta y una vitro con horno de diferentes tamaños los “fuegos”. Eso sí, me tuve que comprar todo lo necesario para cocinar, porque las sartenes y demás no funcionaban en la vitro (los antiguos inquilinos habían pedido que cambiaran la cocina. Se ve que era un desastre. Tras la obra el piso ganó mucho y por eso cuesta lo que cuesta, aunque después de lo del baño y demás… nos bajaron el precio. También porque el hijo de la mujer es el del piso de arriba y a Ortcher le echó el ojo. Ella le sigue el juego. Total, vemos chicas subir y bajar cada dos por tres y si hacer morritos y reír a chistes malos nos concede un descuente notable en el alquiler…).
Pues eso. El comedor era normal, con un mueble sencillo donde pusimos nuestra tele. Oh… La Tele. No era una tele era La Tele. Sin eso no podíamos vivir. Eso y mi equipo de música y DVD para poner el Ipod los sábados por la mañana y limpiar la casa. Todavía no nos habíamos instalado en la casa cuando empezó todo. Estábamos terminando segundo de bachillerato y nos quedaban cuatro meses de vacaciones. Sí. Teníamos después del 17 de Junio hasta el 25 de septiembre que es la prepa para a la universidad, de juerga. Así que todavía no habíamos cogido Universidad. Yo miraba y miraba cosas en el extranjero y mis padres miraban y miraban cerca de casa. (Ya teníamos el piso porque Ortcher tenía esa Universidad metida entre ceja y ceja y como una de las que mi padre había mirado estaba cerca y cuando propuse lo de vivir juntas había discutido con ellos sobre dónde estudiar… en fin un lio, pero que terminado viviendo juntas.
Tras terminar los últimos exámenes de segundo de bachillerato, empezamos a ocupar el sábado por la mañana en limpiar la casita. Íbamos quitando trozos de pared, enyesando, poniendo cosas donde hay que ponerlas, comprando cosas… De ahí viene la discusión de ¡Vete a limpiar a casa! O algo por el estilo que Ortcher me suele soltar. A veces nos había dado por dormir ahí, en el comedor, con una tele de esas pequeñas, que no son ni planas ni leches en vinagre y viendo películas ñoñas, o documentales musicales.
A Ortcher le empezó a gustar McFly cuando terminamos la selectividad. Cuando le dije que había ganado una estancia en Londres para estudiar música proporcionado por McFly en un concurso de SuperCity y podía llevar a un acompañante. Y sí, pudimos ir. Cuando la casa ya estaba recogida completamente y toda nuestra ropa (la mayoría, porque siempre que te vas de casa dejas algo en tu cuarto con la esperanza de decir: mierda, me lo he dejado en casa, y luego dices: uy que tarde, creo que me quedaré a dormir. Y duermes en tu antigua cama.
¿Y dónde me he quedado? Ah, sí, en el principio de la historia.
Vale… la casita… em… Bueno deciros que la casita/piso… No es una casa. Lo llamamos la casita porque nos recuerda a una casa. Es de esos pisos de alquiler que tiene dos plantas y terraza (sí, nos había tocado sin la terraza, pero teníamos balcón) a lo sumo tres plantas que tiene una mujer y los alquila por pisos cada planta. La nuestra era la primera de dos plantas. Y nos había tocado sin terraza… aunque nuestro balcón era “bastante” grande. Cuadrado. Incluso teníamos un césped. Al ser planta baja… no sé si os lo podéis imaginar. En fin, os adelanto que la casita no será nuestro hogar. Aaah… soy malo, lo sé, pero como dice una canción Home is where the heart is, y nuestro corazón está dividido en dos sitios. Pero es como si tres cuartas partes de nuestro hogar estuvieran en otro sitio que no voy a adelantar. Otra vez por las ramas… En fin, la casita, céntrate.
Pues eso, la casita era muy mona. No era del todo cutre. Tenía tres habitaciones la cual una de ellas era para los trastos y en caso de que alguien viniera a dormir, había colchones…. En el suelo. Las dos restantes eran nuestros dormitorios. De Ortcher y mía. Un lavabo y luego un cuarto de baño, aunque uno de ellos no iba. (No porque sea un piso nuevo y nuestros padres dijeran, vale, os vamos a encontrar un buen sitio, significa que todo sea perfecto. Que vivimos en España, señores, y la crisis todavía está palpable en el ambiente.)Lo que iba contando. Luego con muy pocos pasillos, teníamos la cocina, que era mi sueño hecho realidad. En los últimos años, sobre todo bachillerato había aprendido a cocinar algo normalito y luego algo decente y había empezado a pensar como queria la cocina. Mis padres me la concedieron y cuando me enseñaron el piso dije, me lo quedo. Y no me importó que mi puerta se atascara, que un baño no funcione o que si quiero abrir la ventada tengo que sacar medio cuerpo porque la ventana esta puesta al revés. Así que, os lo podéis imaginar, esa típica cocina con un buen mármol, una buena encimera de esas que es tan larga que puedes poner los taburetes de los bares y comer allí. Con armarios blancos y de estos que se sacan para afuera. Una nevera con dos puertas donde el agua fría nunca falta y una vitro con horno de diferentes tamaños los “fuegos”. Eso sí, me tuve que comprar todo lo necesario para cocinar, porque las sartenes y demás no funcionaban en la vitro (los antiguos inquilinos habían pedido que cambiaran la cocina. Se ve que era un desastre. Tras la obra el piso ganó mucho y por eso cuesta lo que cuesta, aunque después de lo del baño y demás… nos bajaron el precio. También porque el hijo de la mujer es el del piso de arriba y a Ortcher le echó el ojo. Ella le sigue el juego. Total, vemos chicas subir y bajar cada dos por tres y si hacer morritos y reír a chistes malos nos concede un descuente notable en el alquiler…).
Pues eso. El comedor era normal, con un mueble sencillo donde pusimos nuestra tele. Oh… La Tele. No era una tele era La Tele. Sin eso no podíamos vivir. Eso y mi equipo de música y DVD para poner el Ipod los sábados por la mañana y limpiar la casa. Todavía no nos habíamos instalado en la casa cuando empezó todo. Estábamos terminando segundo de bachillerato y nos quedaban cuatro meses de vacaciones. Sí. Teníamos después del 17 de Junio hasta el 25 de septiembre que es la prepa para a la universidad, de juerga. Así que todavía no habíamos cogido Universidad. Yo miraba y miraba cosas en el extranjero y mis padres miraban y miraban cerca de casa. (Ya teníamos el piso porque Ortcher tenía esa Universidad metida entre ceja y ceja y como una de las que mi padre había mirado estaba cerca y cuando propuse lo de vivir juntas había discutido con ellos sobre dónde estudiar… en fin un lio, pero que terminado viviendo juntas.
Tras terminar los últimos exámenes de segundo de bachillerato, empezamos a ocupar el sábado por la mañana en limpiar la casita. Íbamos quitando trozos de pared, enyesando, poniendo cosas donde hay que ponerlas, comprando cosas… De ahí viene la discusión de ¡Vete a limpiar a casa! O algo por el estilo que Ortcher me suele soltar. A veces nos había dado por dormir ahí, en el comedor, con una tele de esas pequeñas, que no son ni planas ni leches en vinagre y viendo películas ñoñas, o documentales musicales.
A Ortcher le empezó a gustar McFly cuando terminamos la selectividad. Cuando le dije que había ganado una estancia en Londres para estudiar música proporcionado por McFly en un concurso de SuperCity y podía llevar a un acompañante. Y sí, pudimos ir. Cuando la casa ya estaba recogida completamente y toda nuestra ropa (la mayoría, porque siempre que te vas de casa dejas algo en tu cuarto con la esperanza de decir: mierda, me lo he dejado en casa, y luego dices: uy que tarde, creo que me quedaré a dormir. Y duermes en tu antigua cama.
¿Y dónde me he quedado? Ah, sí, en el principio de la historia.
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